miércoles, 5 de marzo de 2014

Las claves del binomio agua-energía

El próximo 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua, dedicado este año a la interdependencia entre el agua y la energía, dos bienes caros, escasos e indispensables.

El agua es útil por sí misma. La energía, en cambio, no. De nada sirve una veta de carbón a cientos de metros bajo tierra; hace falta convertir su energía potencial en energía útil, extrayéndolo y quemándolo, ya sea para hacer una buena barbacoa, para producir electricidad o para convertirlo en combustible de automoción.

Por ejemplo, para producir electricidad, ya en la mina necesitamos agua, y también después, en la central eléctrica: por cada MWh, hasta 270 litros durante el proceso de extracción, y hasta 2.700 litros más durante la generación de energía.
Las centrales termoeléctricas -de carbón, gas, petróleo o nucleares- producen el 75 por ciento de la electricidad mundial. Para ello necesitan más de 580.000 millones de metros cúbicos de agua. En la UE, las centrales termoeléctricas retiran el 43 por ciento del agua disponible para fabricar la luz; de toda el agua almacenada en España, un 40 por ciento es volumen hidroeléctrico. Muchos de los recursos hídricos precisados para producir energía se devuelven al medio, paro es obvio que hacen falta en abundancia.

A la inversa ocurre lo mismo: se precisa energía para tener de agua. El líquido elemento debe ser extraído, almacenado, canalizado, potabilizado y distribuido hasta los usuarios; luego ha de ser recogido, depurado y devuelto a los cauces naturales. Casi el 10 por ciento de la energía mundial se destina a ese fin. De hecho, el coste de explotación más importante del ciclo urbano del agua es el energético, con el 30 por ciento del total.

Para disponer de energía hace falta agua, y para disponer de agua hace falta energía. En esto consiste el binomio agua-energía, tema sobre el que se vuelcan los organismos internacionales y las ONG.

Aunque en los países ricos no sea un asunto prioritario, desde una dimensión global, el nexo agua-energía es determinante. Y si a la ecuación le añadimos el calentamiento global, aprovechar bien el nexo agua-energía es indispensable para conseguir un desarrollo sostenible que nos afecta a todos.

Un problema de carácter global


En el mundo actual, de 6.500 millones de personas, hay 1.300 sin acceso a la electricidad y 783 sin agua potable; el déficit hídrico medio está en el 30 por ciento y creciendo. Si los datos revelan carencias ahora, la tarea para solventarlas cuando seamos 9.000 millones, en 2050, parece ingente. Y aún más si tenemos en cuenta el acelerado proceso de urbanización y de consumo de recursos naturales: en 2030 la mitad de la población mundial vivirá en zonas con estrés hídrico e inseguridad alimentaria.

Por eso, la seguridad alimentaria suele añadirse al binomio agua-energía como un tercer elemento. Todavía hay unos 850 millones de personas que pasan hambre -más de 15 millones en los países desarrollados- y el crecimiento demográfico previsto exigirá más producción a una agricultura que ya consume casi el 70 por ciento del agua total.

De seguir la tendencia actual, la superficie destinada a las cosechas, 1.500 millones de hectáreas en la actualidad, se incrementará hasta un 30 por ciento en 2050, algo considerado insostenible.

A la par, se prevé que la demanda global de energía crezca alrededor de otro 30 por ciento sólo hasta 2030, con la inmensa mayoría de ese crecimiento localizado en los países del sudeste asiático, los más presionados por la demografía y el déficit de recursos hídricos de calidad.

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