Bárbara E. Mundy, historiadora del arte especialista en el arte colonial de América Latina, analizó dos documentos: el Mapa de Santa Cruz y el Mapa Beinecke, ambos del siglo XVI, que refieren a un solo tema: la importancia del agua en la cuenca central de México y las formas en que los artistas indígenas, los tlacuilos, representaban este líquido echando mano de la tradición antigua, tanto en la forma de representación como en el uso del color y pigmentos.
La académica de la Universidad de Fordham, Nueva York, fue la encargada de iniciar la segunda sesión internacional del Seminario de Cartografía Novohispana, que concluirá hoy en el Salón Candiles del Carolino, el cual forma parte del Seminario Luis Reyes García que coordina Lidia Gómez, historiadora de la Universidad Autónoma de Puebla.
A través de un enfoque doble, es decir, con el análisis del sustrato material y el de su representación, la investigadora abundó sobre las categorías del agua en la cuenca de México. “En el siglo XVI para los pueblos indígenas el agua tenía un papel importante: era una amenaza y un recurso. Los lagos y canales aparecen frecuentemente en las representaciones gráficas del paisaje; sin embargo, no toda el agua era la misma”.
Explicó que en el valle central, creado por las erupciones volcánicas, había un “mar interior” sin salida natural, integrado por cinco lagos poco profundos que durante la temporada de lluvias aparecía como un enorme cuerpo de agua que tenía diferencias: los lagos del sur eran dulces, alimentados por manantiales, mientras que el central, el de Texcoco, era salado, y por su altura contaminaba a los lagos de agua dulce de Chalco y Xochimilco.
Históricamente, refirió que para el siglo XIII alrededor del lago los grupos del sur tenían una ventaja precaria en la agricultura, ya que durante las lluvias el agua de los lagos salados contaminaba las aguas dulces, matando la cosecha. Ya en el siglo XIV los tlatoanis construyeron un dique que impedía la entrada del agua salada.
“Con este enclave de agua dulce protegida hicieron el milagro de Chalco, la chinampa, como demuestra un mapa del siglo XVI donde se ve la producción flotante de chile, maíz, frijol, calabazas, lo esencial para las poblaciones”.
Bárbara E. Mundy refirió que a principios del siglo XV las urbes de Tlatelolco y Tenochtitlan se dieron cuenta “del milagro de Chalco”, por lo que aprovecharon este fenómeno y crearon una zona de agua dulce similar, en un rincón del lago que era alimentado por manantiales del oeste, en donde el agua era dulce. El dique más importante fue construido en 1449 y llevaba el nombre de Nezahualcóyotl, del cual los arqueólogos han revelado que alcanzó los 16 kilómetros de ancho.
Refirió que el mapa de Santa Cruz, realizado entre los años de 1535 y 1540, que es actualmente resguardado en la Universidad de Uppsala, registra esos diques, ya que es uno de los mapas indígenas más temprano de la cuenca.
Los tlacuilos, prosiguió la historiadora del arte, utilizaban colores para diferenciar el agua permanente y la que corría. La zona pantanosa o agua permanente, por ejemplo, era representada con un intenso pigmento azul oscuro; el agua salada está pintada de azul más oscuro, mezcla de capa de verde y la dulce con el azul más puro, el azul maya. Otro tipo de agua, continúo, es aquella que está en un estado intermedio, entre agua y tierra, que interesaba a los pintores en el mapa de Santa Cruz.
En el caso del mapa de Beinecke, que data de 1565; los artistas indígenas pintaron un mapa en papel amate de seis metros de ancho, que refiere a una región desconocida pero que ubica más de 140 pedazos de tierra, cada uno con la cabeza de su propietario, y a la izquierda contiene una línea de los gobernantes de 1536 hasta 1565.
“En este paisaje se denotan tres tipos diferentes de agua: un canal clásico que recorre la parte superior debajo de una línea de piedras, que llega a un canal más amplio, representado con líneas y motivos circulares que muestran vitalidad, y que caen a su vez en un cuerpo de agua en la parte inferior, con líneas más anchas y patrones circulares. Las dos primeras son azules y brillantes, y la otra, la inferior, es gris”.
En conclusión, Bárbara E. Mundy consideró que el uso del color y la forma de representación del agua en ambos mapas es una metáfora de los tlacuilos de su sabiduría, de la profundidad de su conocimiento del mundo, de mostrar a través de la pintura la posibilidad de In tlilli, in tlapalli, es decir, del uso de la línea negra y el uso del color.
“La tinta y el pigmento que los artistas utilizaban para representan el agua podía haber tenido significado no sólo para su valor cromático visible, sino otro conectado a otras características como sabor y olor, que registra la experiencia sensorial mas allá de lo visible, una idea que sigue siendo problemática para la mente occidental”.
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