El agua de lluvia puede solucionar los problemas de abastecimiento de Ciudad de México.
Una mujer con los cubos que usa para recoger agua de lluvia. CARLOS CARABAÑA |
Ciudad de México
Ventura López, una mujer bajita, de tez y cabello morenos, mete una manguera dentro de un gran cubo, uno de los varios que tiene en su casa de cemento visto. Su vecina, Adriana Solorio, abre su grifo y el agua comienza a correr por el tubo hasta el tambo. Viven en una zona alejada del ya de por sí remoto pueblo de Santo Tomás de Ajusco, a 3.000 metros de altura. Aunque técnicamente pertenece técnicamente a la Ciudad de México, este asentamiento parece cualquier cosa menos una gran urbe. Carreteras de tierra, viviendas de autoconstrucción, con un 70% de la población en grado muy alto de marginación. Como una parte importante de sus cerca de 9.000 habitantes, ninguna de las dos mujeres tiene agua corriente. Pero Solorio, a diferencia de López, instaló el año pasado un sistema de captación de agua de lluvia. Hace un par de días llovió y rellenó su cisterna.
Sentada en el salón junto a su marido, Ventura López explica que lleva un tiempo queriendo imitar a su vecina pero hasta ahora no le daba el dinero. Ella es ama de casa y él es obrero o vendedor de tamales, según el día. Entran al mes unos 4.000 pesos (cerca de 200 euros) y con eso hay que dar de comer a cuatro hijos. Dos de ellos juegan alrededor. La familia depende de las pipas, camiones subvencionados de unos 9.000 litros que por unos 100 pesos llenan su depósito de agua. Pero en temporada de sequía, como ahora, tardan en llegar.
“Hace 15 días que pagamos y seguimos esperando”, cuenta la mujer. “Para ir tirando le pido a la vecina, pero a veces nos ha tocado pagar una pipa de particulares, que vale 800 o 1000 pesos”. Mucho dinero. Usan una al mes. Y a ese gasto hay que sumarle el agua potable: cuatro garrafones semanales de 25 litros, a 12 pesos la unidad. Tras unos meses ahorrando, han juntado 1.000 pesos (unos 50 euros). Eso es lo que cobra la empresa Isla Urbana por instalar un sistema de captación de agua de lluvia valorado en unos 7.000. El resto lo pone una ONG, una fundación o la Administración. Y hoy, por fin, vienen a instalarlo.
“Ya, como dice Andrea, tendré el agua que me manda Diosito”, dice López. Para la vecina, vendedora callejera de garnachas, también supuso un gran esfuerzo económico, pero ahora no puede parar de recomendarlo. “Es un gran ahorro, durante seis meses [lo que dura la temporada de lluvias] no compro pipas”.
María Hernández tampoco tiene agua corriente. Pero esta mujer de 53 años con algunas canas en el cabello, vive pegada al centro del pueblo. “Solo tienen suministro los que están en la entrada, los que llegaron al principio, y la gran mayoría usamos pipas”, cuenta. “Hay que cuidar el agua: yo, por ejemplo, con el agua de la lavadora, luego la junto y la uso para echar en el baño, regar las plantas, fregar los cacharros... aquí el agua es oro”. Hasta ahora, cuando llovía, ponía en el patio las decenas de tambos y cubos. Pero hoy también ha venido Isla Urbana a ponerle uno de estos sistemas.
Enrique Lomnitz, uno de los fundadores de la empresa, cuenta que, aunque han instalado desde sus inicios en 2010 más de 2.000 sistemas en Jalisco, Michoacán, Durango, Nuevo León o Guanajuato, su objetivo es convertir las delegaciones de Tlalpan —donde está este pueblo de Ajusco— y Xochimilco en el origen de un cambio. “Hemos trabajado para que esta zona se vuelva el primer ejemplo de que el agua de lluvia puede ser una parte normal de una ciudad, un lugar donde un sistema de estos en una casa sea tan común como una lavadora”, cuenta en sus oficinas centrales.
Estas recuerda más a un piso de estudiantes —tanto que hasta hay un perro con una cresta violeta— que a la sede de una compañía con más de 20 empleados. En una suerte de despacho pueden verse los premios que han cosechado. Diseñador industrial formado en Rhode Island, Lomnitz convirtió su proyecto final de carrera sobre vivienda marginada en la Ciudad de México en lo que hoy es Isla Urbana.
Las características de la megalópolis le han ayudado. Por los problemas de abastecimiento, un 60% de las viviendas tienen cisterna, que es la parte más cara de un sistema de captación. Esto permite diseñar instalaciones baratas. “También ayuda que la inmensa mayoría no beba agua de la llave, por lo que puedes bajar costes al no tener que potabilizarla”. Y sentencia, “nosotros no nos dedicamos a instalar sistemas de captación de agua de lluvia, sino a impulsar la adopción de agua de lluvia en México”. Asegura que le gustaría que en 15 años hubiera en la ciudad miles de sistemas instalados por centenares de empresas.
Estos sistemas solo abastecen de agua a las viviendas durante la mitad del año, en la temporada de lluvias de mayo a octubre. Pero, aún así, sería un alivio enorme para los acuíferos del valle de México. Un documento de 2002 del INEGI estima que en el de la Ciudad de México existe una sobreexplotación del 35%, mientras que en los de Texcoco y Valle de Chalco llega al 50% y el 19%. También contribuye el estado de la red, con unas pérdidas por el camino hasta las tomas de agua de un 40%. Es decir, que para dar un litro a una casa, hay que extraer 1,4 del embalse.
Esta sobreexplotación también es la responsable del hundimiento de la ciudad. Ya en 1947, Nabor Carrillo, quinto rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, estableció la relación teórica entre el hundimiento y la consolidación de las arcillas, inducidas por la extracción de agua. Bajo los antiguos lagos de la ciudad hay muchos ríos subterráneos, todos interconectados. Al sobreexplotar el acuífero, bajan las corrientes subterráneas y en la cavidad resultante, al ser suelos arcillosos, se van produciendo hundimientos en los mantos.
Los acuíferos de la zona están sometidos a una sobreexplotación de hasta el 50% de su capacidad
Pero ni el Ajusco ni la delegación Tlalpan concentran la mayor parte deese 15% de las personas que en la ciudad no tienen acceso regular a agua corriente, recibiéndola en pipas o por tanteo, lo que significa que se bombea desde el sistema a determinadas horas determinados días. Este honor corresponde a Iztapalapa, una delegación situada en el oriente. Con 1.800.000 habitantes es la más numerosa y, casualidad o no, una de las más pobres. Allí tiene una de sus sedes la Universidad Autónoma Metropolitana, donde el investigador ciego Juan José Santibañez tiene un plan.
“Nuestro sistema nació de una demanda social, como una solución sencilla y de código abierto para que cualquiera pudiera implantarlo en sus casas”, explica este sociólogo reconvertido en recolector de agua. “Pero a la hora de empezar nos dimos cuenta que teníamos que llegar a la mayor cantidad de personas con los mínimos recursos”. ¿La solución? Instalar los sistemas en las escuelas, ya que además de beneficiar a miles de alumnos, les enseñan que un sistema de abastecimiento distinto al tradicional es posible.
En una reunión social, Santibañez y su equipo conocieron a Ángel Gasca, director de la escuela secundaria Francisco Bocanegra, en la colonia de muy alta marginalidad Tenorios, pegada a Desarrollo Urbano Quetzalcóalt, la demarcación que aporta más internos a las cárceles de todo el Distrito Federal. Es un hombre grueso, de 48 años, con un diente de oro. En su despacho, durante la conversación, mira de vez en cuando al sistema de cámaras de seguridad que tiene por todo el centro.
“Como director, me preocupaba de que nunca me faltase agua para evitar que los niños se enfermasen por no tener los sanitarios limpios”, cuenta. Antes de que instalasen el sistema en 2009, se abastecía con camiones, entre dos y tres a la semana. Muchas veces estas eran asaltadas por los vecinos y él tenía que salir a negociar para que dejasen pasar a la siguiente.
Aquel año Santibañez y su equipo acudieron a la escuela. Midieron superficie de techos, la caída... y se fueron. “Yo era escéptico, ya que aquí en el DF es muy irreal que alguien lleve a cabo algo así, y encima sin cobrarte un peso”, rememora el director Gasca. Pero a los pocos meses. volvieron y comenzaron a trabajar. Repararon su cisterna, pusieron canaletas de acero, varios filtros... Cuando llegó la siguiente temporada de lluvias, la escuela tuvo agua durante seis meses y pudo regalar la que sobraba a sus vecinos.
La Francisco Bocanegra fue el proyecto piloto del plan de Santibañez. Financiado por un diputado de la Asamblea Federal, tras el éxito diferentes instituciones han dado dinero para repetirlo en más de 20 escuelas. Y con mejoras. En otro centro educativo, el Revolución Roja, han instalado un bebedero de agua potable, con el ahorro que eso supone para los padres de los niños. Y en el Razón y Fuerza de la Revolución Mexicana han colocado un pozo de infiltración para ayudar a la recarga del acuífero.
“Hemos comprobado que en 2014 ese pozo, que filtra el excedente, devolvió al acuífero tanta agua como captó el sistema, unas 60 pipas”, explica el investigador. “De tener ambos en diez escuelas, habría devuelto unos tres millones de litros y captado otros tantos”. Con más de 4.000 centros en la Ciudad de México, Santibáñez asegura que si todas contasen con este tipo de instalaciones lograrían captar y filtrar agua suficiente para los nueve millones de personas que viven en la capital.
La captación de lluvia supone un cambio de paradigma. El abastecimiento de agua tradicionalmente ha consistido en una infraestructura centralizada, diseñada por unos pocos ingenieros y técnicos para una población pasiva. Estos sistemas son lo contrario. Una red atomizada en manos de los ciudadanos, que adoptan un papel activo. Tanto Santibañez como Lomnitz persiguen un cambio de la mentalidad en Administración y ciudadanos, como el pasomás importante en el camino para que el agua de la lluvia ayude a salvar la Ciudad de México.
Fuente:http://elpais.com/elpais
No hay comentarios:
Publicar un comentario